Entre la locura, la psicopatología y la cordura (o sensatez)
Entre la locura, la psicopatología y la cordura (o
sensatez)
“Ese tipo está loco.”
“Cuidado’ con esa que parece que está loca;
fíjate como camina.”
“Pero ¿qué es lo que le pasa? ¿es que es
anormalito/a?”
“Tiene problemas aquí arriba….”
“Esa persona no está bien en la mente.”
Estos suelen ser algunos de los comentarios que suelo escuchar de
parte de algunos de estudiantes en programas sub-graduados a nivel
universitario. Los estudiantes, al igual que muchos ciudadanos puertorriqueños,
son cómplices de la desinformación desmedida y de la falta de educación y
orientación acerca de las temáticas relacionadas a la salud mental. Las
personas desinformadas tienden a tildar de “loco” a cualquier ser humano que
rete las condiciones normales dentro del sistema social puertorriqueño. El problema
principal surge cuando se utiliza la palabra “loco/a” como apodo para
menospreciar a las personas diagnosticadas con problemas de salud mental. Es
por esto, que hace falta realizar una clara distinción entre la locura, la
cordura y la psicopatología (o las enfermedades de salud mental). Hago esto
para poder orientar a los futuros profesionales de nuestro país y a lo mejor,
poder comenzar a humanizar a nuestra población puertorriqueña.
En el proceso de enseñanza aprendizaje a nivel universitario, el
profesor es responsable de utilizar definiciones conceptuales que sean claras,
concisas y representativas de la realidad psico-social, especialmente al hablar
de la salud mental en Puerto Rico. Sin embargo, este proceso se dificulta
cuando la enseñanza de temas pertinentes se torna vaga para el aprendiz. Lo que
implica que el estudiante defiende los conocimientos incrustados en su memoria
por sus padres, madres, maestros, amigos y familiares; manteniendo una
selección inconsciente de la utilización errónea del concepto “loco/a”.
Pero, para poder implicar a los estudiantes y al profesorado en
este breve escrito, hace falta definir la locura o lo que se concibe de esta.
Ernesto Ruiz Ortíz, en su libro titulado A mis Amigos de la locura (2003)
define a los “locos” como personas con gran sensibilidad que
personifican y viven en carne viva las contradicciones y conflictos
prevalecientes en la sociedad. De acuerdo a Ruiz Ortís, las personas
“locas” nos dicen verdades que duelen y los intentamos reprimir en el
inconsciente de nuestros manicomios y prisiones – para olvidarnos de su
existencia y de nuestra responsabilidad.
Por un lado, esta definición provee una breve descripción de lo
que implica ser sensible a ciertos eventos que ocurren en la sociedad, y no
poder manejarlos de la misma forma que lo manejan el resto de las personas. Por
lo tanto, el “loco” tiende a personificar sus vivencias, a retar a la sociedad
y en ocasiones, a agredir a otros(as) bajo fundamentos ideológicos específicos.
Esta concepción de la locura, puramente literaria y artística, presenta unos
asuntos medulares que tienen que discutirse para poder comprender las
enfermedades de salud mental.
Se me hace difícil precisar donde podría comenzar y culminar una
acción legitimada bajo los efectos de la locura (según aquella persona que se
auto-identifica como loco/a), y hasta qué punto lo aceptamos o negamos como
sociedad. Sin embargo, hay que precisar que la locura (bajo los estándares de
la crítica literatura-artística) no puede ni debe ser utilizada como un
adjetivo para describir el comportamiento de una persona diagnosticada con una
enfermedad de salud mental. Es necesario ofrecerle ayuda, o la búsqueda de
ayuda a una persona que sufre debido a una condición de salud mental. Esto,
con el propósito de apoyar su derecho a tener una buena calidad de vida y la
capacidad de poder adaptarse a los cambios dentro de su contexto socio-cultural
(Ver: Teoría Ecológica de Bronfrenbrenner).
La locura se comienza a distanciar de la psicopatología por ser
una crítica a las desgracias de nuestra cultura contemporánea, al ser humano
que reacciona irracionalmente ante las injusticias de su gobierno y a la
opresión de las fuerzas del Estado (conocida como los aparatos ideológicos del
Estado, según descritos por Althusser, 1967). Por otro lado, la
psicopatología se tiene que comenzar a ver como una enfermedad, desde una
perspectiva salubrista que promueva el bienestar de la persona. Entonces, si
tenemos clara la diferencia entre la locura (la crítica constructivista a los
cambios psico-sociales y socio-políticos) y la psicopatología (enfermedades de
la salud mental que impiden la calidad de vida) podemos comenzar a crear un
marco de referencia para educar, tanto al profesorado como al alumnado.
La psicopatología, más allá de ser concebida como el trastorno
mental, emocional y conductual, también se define como el estudio científico de
los trastornos mentales. La palabra “psicopatología” se suele utilizar como una
doble definición, incluyendo la sintomatología (síntomas asociados con la
enfermedad) y la investigación misma de los problemas de salud mental. El
propósito de trabajar con la psicopatología es identificar el trastorno mental
o impedimento significativo del funcionamiento psicológico (Coon y Mitterer,
2016). El trastorno psicológico o la psicopatología, se basa en el
rasgo básico de una conducta desadaptativa, o aquella en la cual al individuo
se le dificulta adaptarse a su entorno y cumplir con las demandas diarias.
Sin embargo, aún dentro de la psicopatología existen desacuerdos
en cuanto a como se deben trabajar las enfermedades de salud mental. Una de las
áreas mas cruciales que aún dificulta el proceso de psicoterapia es el enfoque
cultural de una psicoterapia para los puertorriqueños. Alba Nydia Rivera (1984)
menciona en su libro Hacia una psicoterapia para el puertorriqueño que:
“para el 1966 surge un grupo de psicólogos que desea tratar de
encauzar la psicología por corrientes puertorriqueñistas…con una
visión táctica, como la denomina el propio Albizu-Miranda, llegó a afirmar: “en
este momento histórico, lo que Puerto Rico necesita son psicólogos que se
esfuercen por prestar servicios profesionales a casi 3 millones de personas”.
En la década del ’60 surge un movimiento junto al Dr. Carlos
Albizu-Miranda para el desarrollo de una psicoterapia para el puertorriqueño.
Albizu-Miranda añade, según citado en Nydia Rivera (1984) que la
práctica americana de psicología considera la psicopatología con raíces en los
sentimientos de culpa mientras que la cultura puertorriqueña enfatiza en la
vergüenza. El puertorriqueño, contrario al norteamericano, pone singular
énfasis en la familia y su extensa parentela. El puertorriqueño actúa con
jaibería hacia el extraño. Convierte al extraño en familiar a través del
compadrazgo. Recurre a la dignidad y no al título o posición como fuente de
respeto a sí mismo. Prefiere ser dirigido vs. no dirigido. Requiere relación
personal vs. impersonal.
Aunque
un poco desviado de la temática principal de este escrito, el énfasis de la
conducta puertorriqueña y su distanciamiento de la conducta norteamericana, nos
lleva a recurrir a la siguiente pregunta: ¿Hasta cuando hemos promovido
como psicólogos/as una psicoterapia basada en modelos tradicionalmente
norteamericanos y olvidando a su vez la cultura latinoamericana?
Esta
pregunta debe estar presente en todo proceso de enseñanza-aprendizaje, en toda
intervención psicoterapéutica y especialmente en el reconocimiento de la
responsabilidad social que tenemos como psicólogos(as). Sin embargo, la crítica
suele ser que no existen instrumentos adaptados a la sociedad puertorriqueña
y que continuamos midiendo con instrumentos no estandarizados, ni validados en
nuestra población. Pero nuevamente debemos preguntarnos, ¿qué hemos
hecho como profesionales de la salud mental para asegurarnos de que se promueva
la traducción, estandarización y validación de las evaluaciones psicológicas
para la población puertorriqueña?
Esto me lleva al siguiente tema: la cordura o la
psicología de la sensatez (título también del libro del Dr. Carlos
Varona, 1994). El Dr. Varona (1994) define al ser sensato como aquel que goza
de prudencia, cordura o de un buen juicio. Es precisamente la falta de
juicio lo que lleva a un ser ignorante a denominar como “loco/a” a cualquier
persona que emita una conducta que parezca irracional. Pero, la insensatez (o
la falta de un buen juicio) no es cualidad exclusiva del aprendiz y/o de los
seres humanos. Sino que suele ser, por desgracia, una conducta asociada con el
profesional de la psicología. Digo esto como psicólogo en formación doctoral,
como docente y como aprendiz de la vida. De igual forma, el Dr. Varona
consideraba que el psicoanálisis sufría del mal de la insensatez por recaer en
teorías que fundamentaban mayormente sus hechos en aspectos instintivos e
inconscientes. Esto se denota cuando describe en su libro a las corrientes
psicoanalíticas como radicalmente insensatas por poner lo inconsciente
e instintivo como determinante del proceder humano, por encima de lo racional y
consciente, …especialmente al no considerar las aristas espirituales del
hombre.
Por lo tanto, pudiéramos comprender que hace falta promover
no solo una cultura de trabajo basada en la justicia social, sino que también
una corriente psicológica prudente, cuerda y con un buen juicio. La dificultad
radica mayormente en el proceso que conlleva desaprender aquello que nos han
instalada en la memoria a largo plazo. A la misma vez, habrá quienes
justificarán sus acciones insensatez basándose en argumentos que promueven
la auto-confirmación de sus credenciales y conocimientos “superiores”. Como los
seres auto-denominados como perfectos, investigadores de la avanzada, docentes
que consideran que sus títulos van más allá que el aprendizaje de sus
estudiantes, entre muchos otros.
Pero como dice el refrán: “a cada santo le llega su día”; Thomas
Szasz (1974) en su libro titulado The Second Sin explicaría
esta conducta como una justificación basada en los actos que definen a los
hombres. Ya que los hombres, según Szasz van están mas interesados en
justificarse a ellos mismos antes de mejorar su comportamiento (“better
behaving themselves”).
Comentarios
Publicar un comentario