Emanuel
“Emanuel…
¡EMANUEL!”
– gritaba su padre con la misma tonalidad que utilizaba al llegar de su
trabajo. Gabriel intentaba concentrar todas sus fuerzas en cada paso que daba,
mientras dejaba un rastro de evidencia de camino al cuarto de su hijo. Cada
doce pulgadas que avanzaba se convertían en una experiencia nueva, como si el piso
temblara al son de un terremoto.
Emanuel
apretó con todas sus fuerzas a Maximiliano de Jesús y se escondió debajo de su
cama. Entonces la ausencia de luz se apoderó del escenario.
“Halen
las cadenas, abran las compuertas y denle paso a Sir Maximiliano de Jesús” - gritaba
el bufón mientras el público aplaudía y se regocijaba. Sir Maximiliano lucía
una lujosa y brillante armadura mientras cabalgaba hacia el centro del Coliseo
saludando al público. Cuando de momento, se escuchó un chillido tan agudo como
el del Tren Urbano cuando anuncia su llegada a la parada más cercana. Se
trataba de Garvier, un dragón de siete cabezas, tan negro como el gato de la
esquina de la calle que quedaba justo al frente de la casa de Emanuel.
El
noble caballero cabalgó hacia el medio del Coliseo para enfrentar al dragón.
Una vez se encontró frente a Garvier, Sir Maximiliano de Jesús se bajó de su
caballo y se preparó para el combate.
“Sé
que eres un monstruo de siete cabezas, pero no vine aquí a morir” – gritó Sir
Maximiliano de Jesús con tantas fuerzas que el mismo dragón se agachó mostrando
cierto nivel de respeto.
No
habían pasado cinco segundos cuando Garvier azotó con su cola a Sir Maximiliano,
lanzándolo al suelo. Sir Maximiliano, adolorido por la herida que le había
causado el dragón, se paró y fijó su mirada en su espada mientras ideaba un
plan para vencer a aquella bestia. Por más protegido que se encontraba el
caballero, sabía muy bien que aquella deslumbrante espada no iba a ser
suficiente para salir victorioso de aquella legendaria batalla.
De repente, los gritos se apoderaron
del Coliseo. Sir Maximiliano había perdido un brazo y se encontraba agonizando.
El dolor era tanto que, por más que trataba de levantarse, sólo conseguía
arrastrarse hacia su espada la cual se encontraba a varios pies de distancia. Entonces,
se escuchó un segundo azote y Sir Maximiliano rodó por el piso como una
guanábana cuando cae desde el palo responsable de su nacimiento.
Pasaron varios minutos antes de que
Sir Maximiliano recuperara la conciencia. En su memoria, Sir Maximiliano soñaba
que había triunfado, que por primera vez había vencido a aquel monstruo de
siete cabezas que tanto había odiado.
Al
abrir sus ojos se percató de que Garvier ya no se encontraba por ningún lado. Tal
vez aquel sueño se había realizado: el famoso dragón de siete cabezas había sido
derrotado por Sir Maximiliano de Jesús, y toda la fanaticada corría hacia el
Coliseo para cargar entre sus brazos al nuevo héroe de Gurabo.
Sin
embargo, Maximiliano no podía moverse. La tortura del dragón había sido tal,
que el caballero de la armadura brillante se encontraba ahora bañado en su
propia sangre.
Y como un amanecer en el expreso que
atraviesa el pueblo de Cayey, el escenario se fue aclarando. Emanuel decidió
salir de su cuarto y entrar corriendo al baño. El niño de 8 años se preguntaba si
aquello era igual en todas las familias de Puerto Rico. Si todos sus amigos
tenían un caballero que los protegiera. Si algún día aquel fiel caballero iba a
vencer con su deslumbrante espada y brillante armadura al dragón de siete
cabezas. Entonces aquella noble criatura se sentó en la bañera y comenzó a
llenarla de agua y burbujas. El agua, a medida que acariciaba su espalda, se tornaba levemente escarlata.
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