{Des}esperanza [Curativa] Alcoholizada





“Cuando amanece con lluvia, prefiero menguar entre el idioma pasajero y el olvido fidedigno ante las bebidas elegidas como fármacos curativos de mi ardor." Rezagado en el movimiento de sus manos, intenta iluminar su cuarto adornado de botellas y latas vacías.

“¡Que llegue la noche y que se avecine el perfume alcoholizado de mi vestimenta! Porque la vida callejera y de aparente desigualdad se vuelve justa al chocar nuestras copas.” Soliloquios en tabernas.

Nadie mantiene tantos discursos en sus bolsillos. Solo el hombre presenta suficiente fe en su dios como para sobrepasar el consumo finito de alcohol. Serán sus acciones las que tomarán las riendas de su vida, pues sus palabras fallan cuando la voluntad pretende. Cuando se pretende utilizar un escudo para fortalecer las excusas. Cuando se envidian las mentiras que convencen a nuestros amigos de nuestra sanidad.

“Es casi poético: poder darme un palo con las ganas de curar la seca. Alcoholizarme después de un evento estresante, como un amortiguador “pacifista” de mis relaciones laborales, como un escape frente a la negación emocional, en función de una celebración anual o por el junte semanal entre pares que llamo “amigos”. Se enredan mis palabras y se nublan mis pensamientos temporeramente. Pero logro una tranquilidad parcial.”

            Sus relatos son dignos de ser escuchados. El cuerpo necesita alimentarse igual que el alma busca liberarse de ataduras rencorosas y vengativas para poder resucitar. Esta es la clave de nuestra esperanza para nuestra humanidad individualista: la cooperación y la colaboración continua a través de la comprensión, sin prejuicios, fomentando un oído empático a cualquier comentario.

            “Pero siempre me pide más y mi bolsillo sigue vacío. En las aceras ni me miran. Dicen que uso los chavos pa’ meterme tecata cuando realmente se me deshidrata la lengua. Llevo el sello del marginado. Aquel que camina sonámbulo. Pero en mi caso puedo discernir entre los aspectos vitalicios y los engaños necrófilos.”

            Se alternan los roles con el objetivo de declamar una canción entre vecinos y familiares, o atender la necesidad que padecemos de encontrar a alguien que nos escuche y que nos ame. Nos vemos representados en el alcohol. En el que ocupa las botellas de vino. En el que baña las ulceras con dolor. En el que burbujea entre el choque de cervezas. Y en la cirrosis que nos quita la vida.  

            “Dame un peso. No es pa’ drogas, es pa’ una caneca. Si la solidaridad la vendieran en las barras hace años que hubiera regresado a casa. A cantar con mi guitarra y a reír con mi familia. A celebrar en la iglesia y abrazar a mis hijas.”


            El abanderado en el corazón presiente la pasión cuando se avecina la esencia de un conocido boricua. Y arde la hermandad sin importar la cercanía y surge la indiferencia cuando la necesidad es real. En esta realidad podemos delirar sin tener que aceptar que la distancia es más cercana. Que la moneda es más pesada cuando las paseas en plásticos de 12 onzas. Pero cuando las miradas se inter-conectan, y se pierde el miedo a escuchar, entonces se abandona la vida común y comenzamos a sentir otras vidas. 

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