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Carta al macho puertorriqueño

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Se nos prestan estas palabras; rompecabezas entre esquinas con ideas asesinas y nos hace falta conversar. Igual que un árbol cubierto de hojas secas, las palabras se aprecian entre seres extraños. Porque pensamos que la caída de una hoja nos hace temblar, pero en ese momento reconocemos su delicadeza. No es el prójimo la causa de la locura pues somos locos, descontrolados difíciles de atar. Desde los antillanos hasta los norteamericanos, todos estamos bendecidos por el descontrol. Su crecimiento permanece estático ante nosotros. Y se emborrachan de amor, pero son infieles por temor. Y sueñan con un mejor futuro para despertarse sin haber soñado. Si eres puro macho entonces nunca has llorado. Hasta los niños reconocen el vocabulario del amor. Pero los más machos no demuestran su interior por miedo a ser ridiculizados. Lo callan todo al no expresar sus emociones, jugando al esconder entre botellas de alcohol, drogas y canciones de reggaetón.                  

Ya no...

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Ya no tiene que ver con el amor. No señor, tiene que ver con el rencor, con el desgasto, con el deseo de ser alguien más y tener una vida balanceada, con ser positivo, con la espiritualidad o con la alimentación. Ya no existe la esperanza. Pues nos llenamos de comida, de alcohol, de drogas y de sexo. Somos más gorditos, menos sobrios, más adictos y libidinosos. Que amalgama de sabores se cuela por nuestras lenguas cuando hablamos de mentiras propagadas por información sin adentrarnos en una simple pregunta. Ya no ofrecemos perdón. Ahora trabajamos horas extras para comprar algo. Como nos gusta sorprender a nuestras parejas con una sortija olvidando que la poesía de besar y abrazar no nos cuesta nada. Ahora estudiamos para poder trabajar más y ganar más y al final trabajamos más y ganamos menos. Porque las competencias están siendo perseguidas por todos los reclutadores pero la humanidad ha sido intercambiada por una figura mecanicista del cyber punk de los 80. Ya no nos s