La descarga: El "selfie" es otra cosa


Imagen recuperada de: Artist Run Website


Por: Angie Vázquez
Psicóloga Clínica, M.S
Psicóloga Social-Comunitaria, Ph. D.
Profesora Universitaria


El “selfie” ya no es solamente el retrato de una imagen perfecta a ser colocada en las redes sociales sino el reflejo de una desagradable y deshumanizada personalidad sintomática, sociópata dirían algunos, gestada por generaciones previas y desarrollada por los “millennials”. Es una actitud profundamente narcisista que está creando una cultura dominada por la violencia del desorden de la mentira, la excusa sin fundamento, el egocentrismo, la impuntualidad, la informalidad, la trivialidad, las apariencias, el egoísmo y la mentalidad maquiavélica para lograr objetivos, muchos, establecidos bajo criterios emocionales rudimentarios sin humanismo racional.
He impartido clases por casi cuatro décadas y he visto el cambio paulatino que ya se perfila como un marullo imponente que arrastra, inunda y contamina lo que toca. Si bien tenemos estudiantes responsables (y ¡qué bueno !porque sin ellos no podríamos dar la batalla cotidiana), la realidad es que cada día tenemos más y más estudiantes con evidencia de graves dificultades emocionales que no logran entender lo que significa la educación humanista. En síntesis, muchos estudiantes se comportan con la misma insolencia descarada de Donald Trump, una figura emblemática que al presente parece representar, aunque no dignifica, una generación que se perfila como violenta, mentirosa y ególatra . El tsunami de esta sociopatía generacional, sincretizada en la actitud “trumpiana”, arrolla el sistema social cambiando la dinámica que conocemos en las relaciones humanas.
El “mal estudiante” de antes abandonaba las clases y poco le importaba recibir una mala calificación; era un desertor, decíamos y tristemente se le abandonaba a su suerte. El “selfiano”, sin embargo, quiere ser exitoso a como dé lugar pero no quiere ayuda sino resultados por encargo e imposición. Quiere las A’es pero no las trabaja y no está dispuesto a recibir la mala nota. Sin auto-reflexión, pretende exigir una buena nota que no les corresponde. Alega que, tan solo con asistir a un salón, debe ser premiado. Ni siquiera pasa el trabajo de tomar notas en sus libretas sino que retrata, sin pedir permiso, lo que se escribe en la pizarra o se muestra en una presentación “power point”. La vagancia tiene precio y no se dan cuenta de todo lo que dejan de ejercitar neurológicamente en sus cerebros al fotografiar la vida en vez de vivirla o escribirla.
Todo lo hacen como si le hicieran un favor al maestro, no como un compromiso que requiere de su responsabilidad estudiantil, esfuerzo y cumplimiento. Se ausentan cuanto quieren, llegan tarde sin excusas, se van temprano sin consideraciones de interrupción y viven pegados al celular o el internet en vez de atender las clases. Poco importan las normas convencionales, ni las buenas ni las malas. La esquizofrenia de vivir en dos realidades es cada vez más obvia y problemática. Cada vez piensan más como las Kardashians y menos como Aristóteles, Platón o Sócrates. Todo se reduce a dinero, fama, reconocimiento, poder y notoriedad trivial. ¿Lo demás? Ay, déjate de cosas complicadas. 
Los calendarios de tareas académicas no se respetan, las normas no sirven, las traiciones o el chisme proliferan y la estrategia de intimidación a los profesores con anónimos, o gestiones a espaldas, es la tendencia modal que infecta las instituciones. No negocian, no respetan, no reconocen, no valoran, no cumplen y no les importa. No obstante, exigen buenos resultados a su máxima conveniencia. Un poco de esfuerzo les parece sacrificio suficiente. Necesitan ser reconocidos, en su auto-imagen distorsionada, por ese mínimo esfuerzo. Siempre están aburridos o molestos. En consecuencia, los viejos poco valen y mucho piden, los maestros nada saben y mucho fastidian, el mundo no es como ha sido sino como lo imaginan sin hacer mucho por construir o aportar soluciones a lo que les molesta. Quieren sus vidas como sus “selfies”: la mejor y más perfecta foto que falsea la realidad y les hace ver bellos, interesantes, atractivos. La falsa instantánea del "momentum" es más gratificante que el segundo antes y después donde la realidad es otra.
Los viejos filósofos del mundo hablaron de la perfección como meta trascendental pero ésta no llegaba sola sino con esfuerzos, sacrificios y propósitos. La perfección iba atada de la mano con la ética o la buena moral de convivencia y el bienestar colectivo. Pero  lo que vemos ahora es algo peligrosamente distinto. No piden un nuevo sistema educativo sino disfrutar del bizcocho sin hornearlo. El abuso de los estudiantes hacia los maestros es astronómico y desvergonzado. Los “selfianos” viven solo para ellos. Cuando algo no les gusta, entonces forman alianzas “selfianianas” para atacar y acosar hasta al mejor de los maestros. No temen a las mentiras ni a la vergüenza. Engreídos, todo les ofende y no toleran la más mínima crítica personal. A ellos les faltan el respeto, en su opinión, pero ellos no son irrespetuosos con nadie. ¿En serio?
La consecuencia de estas turbas “selfianas” es peligrosa pues crea ambientes y modela personas contrarias a los valores pro-sociales con los que nos hemos relacionado por siglos, bien o mal, en códigos de interacción social de aspiraciones positivas. Como decía Freud en su acepción pesimista de la humanidad, les dominan los demonios internos y la humanidad está bajo el asecho de esas fuerzas primitivas y destructivas de la psique humana. Les escuchamos jactarse cínicamente de logros nefastos, igual que los fascistas se burlaban de sus genocidios. Amenazan con provocar el despido de los profesores que no les regalan notas o les “dan mucho trabajo”. Ni siquiera respetan sus necesidades y compromisos personales, su reputación profesional o su integridad personal. No hay nada de humanismo, ética, justicia ni valores positivos en sus juegos agresivos de acoso. Los débiles se les unen porque temen sus represalias o no tienen juegos propios. Redefinen los conceptos y el lenguaje a su conveniencia ególatra. Justicia, por ejemplo, es otra cosa; “no es justo” que no se les acepten trabajos tardíos porque, aseguran, haber hecho todo lo posible por pasar la clase (alegado esfuerzo que hacen en la última semana de clases sobre todo para amenazar o reclamar sin fundamentos).
La toxicidad de estas agresiones y manipulaciones es desastrosa. ¡Cuántos maestros no tienen los nervios destrozados manejando, no el contenido del saber, su función magisterial fundamental, sino los problemas de actitudes de estudiantes, padres y administradores “selfinianos” que, sin auto-reflexión, se empeñan en lograr “buenas notas” aunque sea mintiendo!  ¿Cuántos son insultados, difamados, coaccionados y maltratados en su función docente? ¿Qué ser humano acéfalo estamos creando?
Los viejos ya vamos de salida. Podríamos no preocuparnos por estos cambios de esquema mental sobre la actitud ante la vida y el prójimo pero no podemos hacerlo porque hemos sido formados y educados con arena de otro costal. La suerte del mundo es la propia y a la inversa. La responsabilidad es compartida. Las soluciones: obligaciones de todos. Me preocupa lo que han de enfrentar, por tanto, los buenos de esta generación y las siguientes, los aún no intoxicados con el fetichismo del “selfie”; ¿cómo enfrentarán un mundo de “Mad Max” y “The walking dead”, salvaje, violento, irreverente, sin mitos ni felicidad, sin amigos reales ni lealtades valientes, sin sacrificios ni esfuerzo sino con la podredumbre que promueve la toxicidad de la mediocridad? Espíritus pobres, pocos evolucionados, les denominaría mi abuela. Yo digo: involucionados.
No puedo callar y tengo, al menos, que denunciar la falta de nobleza, respeto e integridad que vivimos en el proceso enseñanza-aprendizaje. Recalco que la educación liberadora no es la que nos lleva al desorden sino al orden equilibrado por respeto y buenos acuerdos desde la divergencia y la complejidad. No basta con desear lo ideal, hay que trabajarlo con esfuerzo, dedicación y sacrificios. No es hablar de respeto en el abstracto; es aprender día a día a practicarlo en todas las circunstancias., incluso a pesar de las injurias de los incautos, porque para eso aprendimos competencias.
Los educadores tenemos que redirigir nuestros objetivos tradicionales educativos para detener la deshumanización anómica “selfiana”. Todavía estamos a tiempo aunque nos abrume el descaro.  Me ayuda preguntarme, ¿en  que momento dejamos de ser humanos progresistas para desviarnos hacia la imbecibilidad de la mediocridad? Sobre todo, ¿qué tenemos, debemos y podemos hacer?


Angie Vázquez
Profesora Universitaria
Psicóloga Clínica, M. S.; Social-Comunitaria, Ph.D.

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