Santurce y sus Historias

 

 Fuente de la Foto: (CPI) 

Santurce y sus Historias
Yo no escribo de Santurce porque le caí aquí hace pal de años con el bum hipstero que hoy lo plaga. No llegué con los barbudos de tight jeans y tats, sí, porque ahora cualquier pendejo sin personalidad se deja la barba y por arte de magia se hace interesante. No llegué en patineta, en fixie, o por casualidad del destino. Siempre he estado aquí, llegaba en pasaje, en lancha, haciéndome en las aceras como se hace la gente de Santurce. No escribo de Santurce porque ahora me tripea la Loiza, la nueva frontera del empresarismo boricua en la cual la mayoría de los negocios parecen ser más para ricos que para la gente de Santurce, acentuando la brecha de la pobreza. Yo me vacilaba Santurce antes del Street art bienal, antes de los coffee shops/barra/ librerías, en los cuales se reúnen los who’s who de la literatura a beber café y cervezas over priced, mientras se sienten cool mirando hacia Cuidadela. Sí, cuando apestaba de mirarlo, cuando era menos cosmético, menos vibrante. Escribo de Santurce porque mis historias se han escrito en este pedazo de cemento, porque aquí crecí. Aquí aprendí que la pobreza tiene muchos matices, que no es económica ni circunstancial, es total en muchos sentidos y siempre la separa una calle o una avenida, de las bonanzas económicas, los del otro lao. Recuerdo que le pedía a mami pasar por la casa con el tigre en el balcón en Miramar y luego miraba atento a los deambulantes en la plaza, ellos no tenían tigres, se tenían unos a otros en una pena residual. Ahora los veo cogiendo los libros libres en la calle y me parece que todo vale la pena. Una calle de Condado, de Miramar, una calle de Isla Verde, una calle que sigue reduciendo los bolsillos de la pobreza, marginalizados los espacios, acorralando al olvido a esa gente que no queremos reconocer. Y es, que en Santurce hay una pobreza cabrona y nadie lo reconoce, pero todos dicen que Santurce está nítido. Yo escribo sus historias.

Me decía doña Pilar, - hijo, las historias más tristes son las que no se escriben, las que por miedo nos detienen antes las experiencias. Las demás, las pegamos con saliva, con tristeza o alegría. De los cobardes nunca se ha escrito nada, esos desaparecen sin que nadie los extrañe.
Estas historias nos son prosa fina, son otra tinta, otra naturaleza las une y deshace, a veces duelen, a veces alegran, siempre en pedazos, semi- escritas. Historias rotas, labios de porcelana partida, vidas remendadas para llegar a la quincena, atando cabos que siempre andan sueltos, es la misma historia con muchas caras.
La mía es una de estas. Aquí conocí el amor, ese puppy love que descojona, primero en la Hipódromo, luego en la Loiza, en la Mc Leary y en Barrio Obrero. Recuerdo cuando me metía en la ratonera del cine Paramount a darme esas calenturas del amor a los quince, el popcorn con mucha mantequilla y una peste a humedad que tenía más de abandono que de glamour. EL amor de Santurce en visceral, permanente. Aquí a los 16 sufrí la muerte de uno de mis mejores amigos, Angel, recuerdo esa despedida en la Ponce de León, frente a Sagrado, me regaló una sonrisa de esas que dicen te quiero y me dejó su mirada que me acompaña hasta hoy. En Santurce me enfrenté los de la Labra y la Luchetti , a puño y bofetá, no había de otra. Me instruí en el arte del billar y me fasciné por la Salsa. En estas aceras formulé sueños, escribí mis primeras poesías, sentí la libertad de una independencia temprana y salvaje. Escribí los capítulos más hermosos de mis tristezas y entinté las alegrías cuando aún eran retollos.
Recuerdo cuando buscaba a mi padre en los huecos perdidos de la cuidad, Bahía, Tras Talleres, Cantera y cuanta esquina inimaginable lo albergaba, lo escondía o simplemente se alimentaba de la poca vida que le quedaba. Una vez fui a buscarlo a una pensión en Tras Talleres, lo encontré en el piso de su cuarto, inconsciente, drogado, y en el revolú dos hijos de puta trataron de apuñalarme, Santurce puede ser traicionero, eso fue a los 17. Pero de esos relatos solo tengo pedazos y hago como me dijo Pilar, los pego como puedo. Mucha gente buena me dio un bocao, también al viejo, muchos consejos y relatos, aquí hice familia, boricuas y dominicanos, memoricé sus historias, escribimos juntos, vivimos, de eso se trata.
Hoy educo a otros santurcinos nuevos, jóvenes historias que despuntan sus sonrisas y complicidades en estas aceras. Les enseño que lo más importante al escribir es la intención, que se vive una vez y que no se regresa a corregir textos por más que uno quiera. Comparto mis experiencias, aporto lo que tengo y me dejo escribir en sus mundos cibernéticos, en sus sueños. Así les devuelvo un poco de la tinta que ya no me cabe en el pecho.
Desde niño a casi viejo, he escrito mi historia en los sectores de Santurce, entre las capas y pliegos que son la vida de este barrio. Y es que Santurce es una vena de historias incompletas y yo hago un intento de mantenerlas vivas en el silencio, en las letras.

Por: David de Jesús 

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