Colonialismo y desigualdad: de la ignorancia y defensa de la misma (primera parte)



Colonialismo y desigualdad: de la ignorancia y defensa de la misma (primera parte)

“Los derechos son una de las caras de la ciudadanía, pero el ciudadano no es únicamente un sujeto de derechos: también es el sujeto de un conjunto de deberes y obligaciones que le vinculan a la vida en común y lo comprometen con cualquier proyecto político que pretenda perdurar en el tiempo, máxime si dicho proyecto incluye el objetivo de algún tipo de justicia social.”
-          Ángel Puyol
Los deberes de los ciudadanos con la humanidad

Es conocido por todos que nuestro país atraviesa una aguda crisis social que, por lo visto, dejará importantes repercusiones con las que habrá que trabajar en algún momento. Utilizo la construcción de “crisis social” porque considero que los medios de comunicación han hecho un excelente trabajo para enajenar a la ciudadanía limitando nuestra situación a una “crisis económica”. Ante este fenómeno es imperativo desmontar ciertas nociones que nos  impiden observar la vida con claridad.

En el entorno social, necesariamente, si hay una crisis económica hay también una crisis social. Cuando uno va por la calle y escucha a la gente decir “la cosa está mala”, “estoy en la quilla” o “la piña está agria”  a qué realmente se refieren. En términos generales parecería ser que hablan sobre la economía o, en otras palabras, de la capacidad de adquirir bienes o los medios necesarios para mantener una vida digna. Claro, eso de tener una vida digna alberga cantidad de connotaciones, posibilidades y debates que no nos ocupan en este momento. Pero el asunto es que, en nuestra realidad, la economía condiciona gran parte de las posibilidades de desarrollo tanto social como individual, proceso que ha sido violentamente saboteado por agentes locales y de la metrópolis estadounidense. Creo que este es el momento idóneo para que hablemos un poco sobre el desarrollo de nuestra “piña agria”

 En estos días suelo recordar esas primeras discusiones que tuve con mi alumnado del curso Introducción a las ciencias políticas donde intentábamos definir cuáles eran los requisitos para la construcción de un país. En esas discusiones, basándonos en las enseñanzas de Darrel Bender-Lynn, concluíamos que para que un territorio se constituyera como país eran indispensables los siguientes elementos: Nación, Territorio, Gobierno y Soberanía. A simple vista podrían parecer disposiciones obvias pero en el caso puertorriqueño la obviedad no es particularmente palpable para muchos. La lógica de la discusión giraba en torno a la necesidad  de disponer de un territorio delimitado por fronteras. En nuestro caso, aparentemente, esto era sencillo pues disponíamos de fronteras claramente marcadas por nuestras costas. Claro, lo que en muchas ocasiones se nos olvida es que al llegar al aeropuerto  tenemos que pasar por la aduana estadounidense lo que nos recuerda que el territorio que creemos nuestro pues no es tan nuestro nada. No obstante para fines de nuestro ejercicio, una vez en posesión de un territorio, este debía ser poblado por un grupo de personas  que compartiera cultura, lenguaje y tuviese algún tipo de vínculo para constituir la nación. En teoría, y sin entrar en mucho debate, se podría decir que los puertorriqueños somos una nación. Una nación que se ve muy distinta dependiendo desde dónde se mire pero nación al fin según algunos. 

Una vez asegurados el territorio y la nación, nuestro modelo conceptual precisaba de un gobierno que ofreciera orden y coherencia tanto sobre el territorio como en la nación. Este gobierno sería el responsable de gestionar la política pública, el desarrollo socio económico y la solidificación de nuestra identidad colectiva[1]. En nuestro modelo conceptual todo marchaba bien hasta que llegamos al elemento de soberanía. Se supone que todo país que disponga de gobierno, de un ordenamiento interno, de una ciudadanía o nación y de un territorio debe también gozar de soberanía tanto interna como externa. La soberanía interna se refiere a la capacidad que tiene el gobierno de ejercer el poder y la aceptación que tiene para con su ciudadanía. Por otra parte, la soberanía externa abarca el reconocimiento que los demás estados, o comunidad internacional, le confieren al gobierno del país en cuestión, en este caso Puerto Rico. He aquí el problema teórico-práctico que viene a resumir la debacle en la que vivimos hoy y que gran parte de la ciudadanía, a estas alturas, aún ignora. Puerto Rico no es un país reconocido por ningún organismo internacional. Nuestra isla no aparece en la lista de países integrantes de las Naciones Unidas y ningún otro país le reconoce como Estado Soberano. En otras palabras, para el derecho internacional, Puerto Rico no existe, no es un país. Somos un territorio no incorporado de los Estados Unidos de América y no tenemos presencia ni peso internacional.

Al exponer lo anterior recuerdo cómo muchas personas se ofenden cada vez que pongo en duda si Puerto Rico es un país o no. Parecería que la pregunta ofende el orgullo patrio y hiere sensibilidades nacionales. Ante esto, debo confesar, que tengo sentimientos mixtos. Por una parte puedo expresar felicidad porque eso puede significar que si tal condición resulta repugnante habrá ganas y esfuerzos para transformar nuestro estatus y aspirar a construir un país deseable. Pero por otro lado me horroriza no saber si la repulsión es consecuencia de una enajenación crónica propia de quien ni tan siquiera reconoce su realidad colonial. De cualquier forma mi exhortación sigue siendo la misma: HAY QUE HACER UN PAÍS.      

Ante el proyecto en cuestión, una de las preguntas fundamentales es; cómo se hace esto. Para empezar, es necesario hacer como decía un colega mío, hay que mirar para adentro. Hace unos días fue publicado un artículo en el que el sociólogo Cesar Rey hablaba sobre la desigualdad[2] social en Puerto Rico y la importancia de investigar y conocer la situación de la isla. Creo que este es un paso indispensable, primero, para desmontar mitos y, segundo, para conocer sobre qué terreno vamos a construir el país.  Actualmente Puerto Rico enfrenta una deuda de más de 70 billones de dólares, las preguntas obligadas son; en qué se gastaron y quiénes son los responsables. Es por eso que auditar la deuda es fundamental aunque esto no parece ser apremiante ni para la clase política del país (por razones obvias) ni para el atentado de Junta que se cocina en Washington. Por otra parte, creo que otra pregunta responsable debe ir dirigida a cómo nos hemos organizado económicamente como pueblo. Cómo es posible que para el año natural 2014 la fuerza laboral del país fuera de 1,145,000 personas y estuvieran empleados 986,000[3] de 3.5 millones. Cuál es el peso que carga la clase trabajadora máxime cuando el salario promedio anual de es de $26,935[4]. Es prácticamente imposible afrontar el costo de vida en Puerto Rico, con ese salario, al añadirle un cobro de impuestos que no se sabe en propiedad a dónde va a parar. Otros asuntos a trabajar son la efectividad del Estado de Bienestar y los efectos adversos de su política pública, la aproximación y efectividad de la guerra contra las drogas y la narco-cultura que vive el país, una autocrítica responsable a nuestra organización política y a la gestión del recaudo público entre otros.    

En otras palabras, es imprescindible que empecemos a investigar, a obtener números y a nombrar las cosas como son. Nos guste o no, vivimos en una colonia, no en un país. Vivimos en un territorio que históricamente ha sido manejado irresponsablemente por gobernantes que reconocen que su poder es ficticio pero se promocionan como salvadores aunque dependan de los alivios que envíen de arriba. Vivimos en un espacio de tierra que, a pesar de tener una constitución, preserva clausulas coloniales que restringen nuestro libre comercio y eliminan nuestra soberanía territorial minando cualquier esfuerzo para aspirar a un reconocimiento internacional. Vivimos bajo un sistema político presidencialista que no hemos concebido nosotros pero al que se nos ha dado la “libertad” de escoger y que no representa una estructura de gobierno coherente para nuestra realidad sociopolítica. Gozamos de un escenario político sin sustancia, carente de un debate ideológico con sentido porque la educación política en nuestra sociedad es nula e inexistente. Por lo que nos limitamos al tema del estatus pero sin profundidad filosófica, sin hablar de las formas de dominación política, sin tocar las formas de violencia y poderes hegemónicos y mucho menos sin discutir las alternativas a esta situación perpetuando así el analfabetismo político.

En definitiva, vivimos un pseudo-país que está a merced de los intereses de otros, que no se conoce a sí mismo, que no conoce su historia, que en contadas ocasiones se ha mirado al espejo pero rehuye la mirada para no enfrentarse a lo que no se quiere ver. Vivimos en aguas difusas porque el resto del mundo nos mira como una cosa que no somos, nos piensan del norte pero el norte nos niega, incluso nuestra propia cultura hace todo un esfuerzo por negarlo. Pero por otro lado se ve un país que se reconstruye y se distancia de los arquetipos tradicionales de la ignorancia. Una nueva generación de emprendedores que creen en lo que hacen y saben lo que quiere provocar. A eso hay que añadirle educación política, pensamiento crítico, responsabilizar a quienes nos han hundido y la capacidad de asumir el golpe que supondrá querer ingresar a la mayoría de edad. El querer andar en los pasos propios y no bailar la música que nos toquen. Pero eso cuesta, construir un país cuesta. Si no pregúntele al yanqui si les ha costado algo, a los alemanes, a los españoles, a los mexicanos a los cubanos. Ciertamente, a unos les ha costado más que a otros por diversas razones y algunos han pasado de libertadores a subyugadores, de oprimidos a opresores y viceversa. No obstante, ante nuestro escenario sociopolítico la pregunta pertinente es si seguirás rehuyendo la mirada o crearás un país del que estemos orgullosos. ¿Ayudarás a hacer un país o seguirás esperando a que te lo traigan de fuera con Juntas de Control y mecanismos de dominación indignos?

Continuaremos…

Por: Víctor A. Meléndez García      




[1] Recordemos que este ejercicio de clase solo pretende presentar las condiciones políticas dentro del sistema ideológico en cuestión. De ninguna manera responde a un modelo normativo del “deber ser” socio político e ideológico del alumnado y mucho menos ignorar la existencia de otras corrientes de pensamiento político.  

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